Por: Pedro Trillo

Los artículos periodísticos han alcanzado el estatuto de género literario, de obras de arte posmodernas. Preterizados desde el momento que se terminan de escribir, son estrellas fugaces en el firmamento. Nietzsche dijo "es necesario llevar en si mismo un caos para poner una estrella danzante en el universo".

Estos textos no aspiran a ninguna trascendencia, ni al absoluto como lo hace la búsqueda de la novela total; los artículos periodísticos son semillas esparcidas al viento, son los versos del ejercicio mediático, una posibilidad del saber, frente a su opuesto, lo perverso, que desertifica el goce estético (El placer del texto, diría Barthes).

Es lo bello -forma esencial del saber- frente a su opuesto, lo feo y el mal gusto, que se propaga mórbidamente cual metástasis en nuestra experiencia cotidiana. Duchamp nunca imaginó esta patología social cuando en 1917 expuso La Fuente, que como observa Thierry de Duve, modificó a partir de allí la expresión, esto es bello, por esto es arte.

Las citas y referencias de un artículo no son una pretensión intelectual; tampoco están allí por accidente. Son el mapa del tesoro que subyace en el texto. Algo más valioso que el texto mismo, como el misterio de las catedrales góticas de Fulcanelli.

También hay ocasiones en que el lenguaje se torna barroco buscando el descentramiento, porque el lenguaje del pueblo -que es un lenguaje particular como cualquier otro- es lo endoxo, la espuria naturalización de lo doxo, que para Aristóteles es lo que se ve a simple vista, lo común.

El columnista de opinión establece el tránsito hacia lo paradoxo, saca de su eje la realidad y al hacerlo la transforma y la libera en un acto lúdico. El homo ludens -que es el columnista de opinión- juega con los hechos y los objetos de su entorno, y al hacerlo descubre nuevos valores de uso para sus lectores ampliando la frontera de lo posible. La magia reflexiva que convoca acciona mecanismos inconscientes a través de su música interior que enriquece nuestras vidas.

El artículo periodístico posee ritmo, cadencia, tempo. Y de la misma forma que un poema sinfónico incorpora instrucciones para su ejecución, el artículo periodístico de opinión puede hacerlo para su lectura. Su impronta en la sociedad va dirigida a los ciudadanos individuales; ya que para cambiar la historia hay que cambiar la vida. Lo hace porque "no puede volver a dormir tranquilo aquél que una vez abrió los ojos" (graffiti en las paredes de Nanterre, Mayo 1968).

De ahí que la página de Opinión se constituye en una de las últimas trincheras en donde se decide la suerte de la cultura contemporánea. Por eso se trata -como diría Barthes- de desabrochar las mentes, no para desflorarlas, su forma es la metáfora y no la definición. El signo tiene que circular libremente y su polisemia permite anular toda pretensión de ofrecer soluciones, respuestas.

El columnista de opinión tiene que plantear preguntas; su trabajo es propedéutico, de ceremonia de iniciación. Introduce al lector en una nueva dimensión de la realidad, propone la alteridad, una nueva mirada a través de un ejercicio instantáneo de exilio interior. Y su método es la mayéutica, ya que actúa como partero para permitir el alumbramiento de nuevos y más profundos niveles de conciencia en armonía con su entorno social y devota emoción por la naturaleza.