Por: Pedro Trillo

Es el deber del columnista de opinión preguntar, y al hacerlo interrogar hasta la raíz misma de la existencia, y correr traslado de ello a sus lectores. El columnista de opinión no es un Mesías para ofrecer soluciones salvíficas; todo mesianismo resulta sospechoso. Llegado a este punto, el columnista de opinión calla.

El lector encara la pregunta en la frontera de su espacio personal, y al hacerlo se interpela a sí mismo; su geografía interior se agita porque sabe que la pregunta encierra su propia e individual respuesta, su reacción, su miedo, dice más de él que de quien pregunta.

El columnista de opinión ha cumplido con su deber, ha llevado la reflexión al límite, y, como sabemos, "un límite no es eso en lo que algo se detiene, sino aquello a partir de lo cual algo inicia su presencia" (Heidegger). Cada lector, por un instante se ve en la obligación de encarar su propia sombra, de conjurar sus propios demonios.

La pregunta penetra el blindaje logocéntrico y va dirigida a la sabiduría del inconsciente. Pannikar afirma: "la razón de ser no es la de ser razón, la de ser racional, sino la de Ser". Por eso la pregunta es liberadora, libera al Ser del pensar.

Por otro lado, Buda nos enseña que ninguna respuesta es comprensiva del todo, y que moriremos y permaneceremos en la rueda del dolor y sufrimiento (samsara) antes de haber encontrado una respuesta satisfactoria.

El Buda ha encontrado la respuesta, y su respuesta es que no hay respuesta; entonces calla.

El silencio de Buda no es de un pragmatismo utilitarista como lo entendemos en occidente, sino un ejercicio de prudencia. El Buda calla, y "su silencio no es solo la respuesta, sino que invade la misma pregunta. No solo calla, sino que también acalla", afirma Raimon Pannikar. El mismo que en un bello poema titulado La ausencia nos dice:

Para que el silencio sea una respuesta, tiene que haber antes la cuestión silente. Pero toda cuestión silente guarda en el silencio la misma respuesta. Y si no hay pregunta, ya no hay respuesta, hay una mirada, hay una sonrisa; es un amor, es un perdón; todo, nada, si, no...

La verdad es para el Buda la vía media que conduce a la paz, a la iluminación (nirvana). Los antiguos griegos llamaban a esto la areté, que es actuar con medida. La eunomía del ciudadano griego contrastaba con la hybris que es actuar con exceso, dejarse llevar por las pulsiones primarias.

La práctica de la virtud, de la areté, es un comportamiento reflexivo que interactúa con lo que los japoneses llaman el shingaku o el saber del corazón, mientras que su opuesto la hybris es una conducta impulsiva preñada de miedo, atavismo inmemorial que es la fuente de todos los excesos: el miedo a la libertad conduce al libertinaje, el miedo al placer a su búsqueda incesante, el miedo a la diferencia al odio al extraño, el miedo a la muerte al afán de trascender, origen de la codicia y de todas las guerras.

En su forma práctica, el problema del hombre es un problema metafísico. Si su existencia es sufrimiento ¿no será su fin último la negación de si mismo?, ¿es el silencio el último grito de advertencia de la naturaleza?, ¿el crac definitivo de nuestra civilización no será nunca más un crash?, ¿es el suicidio la forma más auténtica de la autocrítica? La crisis se instala en el núcleo mismo de la existencia humana, es personal, por eso su respuesta, su redención, anida en el silencio interior.

Las preguntas hacen estallar nuestra particular visión de la realidad, nos provocan un estado que Pannikar llama de a-no-nada-miento, ad nonnatum es conducirse a una situación anterior al nacimiento, al existir, al surgimiento del cosmos, más allá de la "no nada que unos es" (Pannikar).

Las preguntas son las llaves del cofre que se entrega a los lectores, las respuestas son personales. Si es un tesoro o una caja de Pandora dependerá de cada uno de ellos.