Por: Pedro Trillo 

Gilles Deleuze, en un diálogo con Foucault, le dijo que la contribución más importante que había realizado era el haber establecido la indignidad de hablar por otros; la representación en la que el representante se arroga el derecho de hablar en nombre del representado estaba siendo cuestionada y con ello el fundamento de la democracia representativa en la que el líder traduce la voluntad popular, ya que como sabemos por Umberto Eco, toda traducción es una copia, y toda copia presentada como el original –“la voz del pueblo” – es una falsificación.

La unión del líder con el pueblo no es una mimesis, es una hipóstasis, pero la del líder como representante y la de éste con el pueblo, es una hipóstasis al cuadrado; no existe más que como una imagen virtual de un pseudo evento cuya peligrosidad llegó a su clímax con la aparición del gran traductor, del Führer, del Duce, del gran conduttore, de la más perversas de las autocracias: el totalitarismo. No es posible olvidar que Hitler llegó al poder aupado por los resortes democráticos.

En contraposición con ello, la filosofía política ha fundamentado siempre desde una posición ética –que supone la existencia de certezas morales independientes a las estadísticas electorales y a la contingencia social – la perspectiva normativa del imperio de la ley. 

Ha generado mecanismos de defensa fundándose en sucesos o hechos del orden de los eventos de una realidad factual, pero la historia ha demostrado que el acercamiento ético a la realidad política no ha sido suficiente para preservarla de la amenaza totalitaria y de sus variantes posmodernas, las autocracias periféricas de corte mediático.

Estas últimas, una vez que se sustituyen al interior del juego democrático y logran el poder, necesitan tener a su favor el balance estratégico de los medios de comunicación para sostener el artificio. Se constituyen así, en la única maquinaria política de movimiento continuo para perpetuarse en el poder.

Como deux ex machina, producen incesantemente imágenes que recrean la realidad, la fracturan, en donde a decir de Hannah Arendt la línea divisoria entre ficción y realidad, queda enturbiada por la monstruosidad de una insania artificialmente fabricada, con la que se intenta hacer encajar la realidad en una mentira para controlar la psique colectiva a través de la propaganda.

Respecto a los métodos propagandísticos totalitarios, Hannah Arendt, eminente pensadora judía, afirma que “toda discusión acerca de lo acertado o erróneo de la predicción de un dictador totalitario resulta tan fantástica como discutir con un psicópata asesino sobre si su futura víctima está viva o muerta (…) puesto que matando a la persona en cuestión el asesino puede proporcionar inmediatamente la prueba de la veracidad de su afirmación” y, agrega, que el único argumento válido en semejantes condiciones consiste en socorrer inmediatamente al que está amenazado.

Al haber fracasado la ética en la praxis política, solo queda refundar la política bajo los principios de la estética: Nulla ethica sine aesthetica, nulla aesthetica sine ethica. 

Ankersmit afirma que no existe un algoritmo matemático que ligue el representado y su representación, se produce entonces una ruptura entre ambos hasta convertirse en un agujero negro que se traga las aspiraciones de progreso y libertad de un pueblo.

El mensaje estético después de Duchamp modificó la expresión, esto es bello, por, esto es arte (Thierry de Duve), y requiere de un mayor esfuerzo intelectual para aprehender la realidad política, pero se trata, según Umberto Eco, de “un mensaje que pone en duda el código por que nos muestra una manera imprevista de combinar las señales”, y la duda, es un espacio de reflexión liberadora de la mente, y la mente, es el nuevo territorio donde se libra la batalla por la libertad.